miércoles, 28 de marzo de 2018

ÁRBOLES EN FLOR

Aroma a azahar, trinar de pájaros y unos deslumbrantes  rayos de sol  me despertaban cada día de mi apacible siesta. Así transcurría la primavera del 36, yo tenía  18 años, muchas inquietudes y muchos sueños. 
Mi familia era de clase acomodada, residíamos en  un pueblecito de Cáceres muy cercano a la frontera con Portugal. Nuestra situación familiar se truncó con el fallecimiento de mi padre. Mi madre, una mujer bondadosa, de educación refinada pero con un carácter débil, decidió que lo mejor para nosotros sería repartirnos en los hogares de nuestros tíos.  Aquella decisión fue dura y difícil.  Yo continué en Cáceres pero mis hermanos fueron a distintos destinos, Madrid y Barcelona. Mis tíos emigraron años atrás a estas ciudades, en busca de trabajo, el avance de la industria les permitió una mejora económica en sus vidas,  los pueblecitos de Extremadura poco a poco iban siendo abandonados,  la gente joven no apostaba por trabajar el campo. En las empedradas calles sólo paseaban ancianos, perros y gatos.
Aquellos ancianos, mantenían sabias tertulias en los bancos de la plaza del pueblo. Charlaban y charlaban, asentaban sus argumentos al son de los golpes que propinaban en el suelo con sus ajados bastones de madera, tan ajados como la piel de sus rostros gastada por tantísimas horas de sol cultivando aquellos campos que ahora sus hijos y nietos abandonaban para rodearse de asfalto, ruido y bullicio en las grandes ciudades.
 En muchas ocasiones me detenía a escucharlos, aquellos pronósticos certeros de la vida e inequívocos. Pero un día cercano al mes de julio la actitud de ellos era muy distinta. Guardaban silencio, tan sólo miradas, miradas que reflejaban temor, tristeza y angustia. Tan sólo el Sr. Nicasio tuvo el valor de pronunciar unas temblorosas palabras ”vuelta a empezar” y una repuesta del Sr. Antonio mirando al cielo, rogando a Dios que aquello no fuera cierto, con las manos entrelazadas y con una diminuta lágrima deslizándose por su rostro. Rompí aquel momento, fui osado y pregunté qué ocurría. Aquellos hombres levantaron la vista del suelo, clavaron en mí sus miradas, mi cuerpo se estremecía y me dijeron, que debía ser muy fuerte, que volvían tiempos muy duros,  tiempos crudos, en España había estallado una guerra, la Guerra Civil. Comenzaba un duelo entre hermanos.
Regresé a casa, camine despacio por el zaguán, al fondo estaba mi tía y varias vecinas, sentadas en la mesa camilla, lloraban desconsoladamente. Mi tía al verme se levanto de inmediato, se dirigió hacia mí, perpleja tomó mis manos y exclamó -¡Dios Mío!”. Desde ese instante empecé a comprender la gravedad de la situación.
La vida en el pueblo sufrió un cambio drástico, los ancianos ya no se reunían en la plaza, las mujeres no acudían al rio a lavar las ropas y cantar aquellas joviales canciones, melodías que se escuchaban desde el pueblo trasmitiendo bienestar, alegría y júbilo entre los vecinos.
El pánico habitaba en las calles de nuestro pueblo y en otros muchos. Los postigos permanecían cerrados y las cortinas echadas. La gente apenas se dejaban ver, la visita a la iglesia cada día era menor, hasta el párroco visitaba a los vecinos en sus hogares para hacerles llegar la sagrada forma. Grupos de mujeres rezaban cada día por sus hijos y esposos que pronto serían llamados al frente.
 Transcurridas pocas semanas, todo ese temor se convirtió en certeza. Las calles se vieron invadidas por el ejército nacional. Las puertas eran golpeadas incesantemente, al grito de “¡abran la puerta Ejercito Nacional!”. Aquellos soldados entraban en nuestros hogares con precipitación y descaro. Preguntaban por los hombres que allí habitaban y sin apenas dejar que se despidieran de sus familiares eran bruscamente empujados a golpe de fusil y obligados a subir a unos camiones llenos de herrumbre, asustados por un desconocido destino.
Llegó mi momento, mi tía intento esconderme en los corrales de aquella inmensa casa que en tiempos de bonanza estaban ocupados por distintos animales de granja, gallinas, conejos, cerdos ….. Era el sustento de mis tíos, su fuente de ingresos. Ahora en ellos apenas quedaban restos de paja, tierra y troncos acumulados para calentarnos en los inviernos.
Sentí el cañón del fusil en mi espalda, el sudor recorría mi cara, el pavor era palpable en mi mirada y en mis manos, heladas aún siendo pleno verano. Subí en el camión, mis ojos no se apartaban de mi tía desolada, aquella mujer durante 14 años se había convertido en mi madre, mi crio con esfuerzo, esmero y amor.
Recibí adiestramiento militar en un campamento en Badajoz.  Allí estábamos hombres de diversas edades, jóvenes y señores que lloraban y besaban fotografías de sus hijos y esposa. Pasadas varias semanas,  formaron pelotones y fuimos conducidos al frente. 
Conservo nítidos los recuerdos de la artillería, de los bombardeos, de las sirenas anunciando los ataques aéreos, los gritos desesperados de las madres pronunciando los nombres de sus hijos para ponerse a refugio. Infinitas filas de personas esperando alimentos, en algunos lugares ni se llegaba siquiera a repartir lo que asignaban las cartillas de racionamiento. Niños desnutridos llenaban los orfanatos, esperaban en aquellos provisionales hogares, una posible adopción. 
 Rio Guadiana, en sus orillas libramos una de las más sangrientas batallas. Ametralladoras y tiradores de ambos lados, abatían oleadas de tropas. Las aguas teñidas de sangre e invadidas por cuerpos mutilados .Centenares de cadáveres pudriéndose en aquellos campos en un asfixiante mes de agosto.  Tras la caída de muchos compañeros pude salir con vida. Quede agazapado, durante horas en unos matorrales. Corrí despavorido hacia el campamento a reunirme con el resto del pelotón. 
Mi exhausta carrera fue detenida por un soldado del bando republicano. Me apuntaba con su fusil a escasos 3 metros de distancia, su rostro estaba cubierto de sangre, apenas podía diferenciar sus rasgos y su uniforme hecho jirones. Me exigió arrojará mi arma al suelo, obedecí su orden y lancé el fusil a varios metros. 
Escasos segundos después el hizo lo mismo, lanzó su arma contra el suelo, y con gran dificultad recorrió esos 3 metros hasta llegar a mí. Cara con cara,  sentía su aliento y pude ver que era muy joven, incluso más joven que yo, un niño. Se desplomó, cayó al suelo hincando sus rodillas maltrechas, era consciente que sus heridas eran incompatibles con la vida. Me rogo que lo acompañará en esos pocos minutos que le quedaban de vida. Cumplí su voluntad, lo acomodé en mi regazo, cada minuto notaba como la temperatura de su cuerpo disminuía, sus labios entornaban tonos azulados y su respiración se debilitaba. En la soledad de ese paraje a orillas del Guadiana aquel chico perdió la vida. No pude reprimir el llanto, la ira se apoderaba de mi alma, la falta de entendimiento de esa situación, tantísimas preguntas sin repuestas, como el hombre puede llegar a matar, a odiarse de una forma tan hostil llegando a asesinarnos en una absurda supervivencia de ideales políticos, sociales o religiosos, pero… ¿Que ideal es superior al derecho a la vida?

 De aquella guerra, en mi cuerpo quedan cicatrices, marcas en la piel y una ligera cojera, pero en mi alma, en mi cabeza quedan delirios, gritos desgarradores que cada noche pasean en mis sueños, tan reales que puedo percibir el olor de la sangre esparcida en las aguas del Guadiana.

IRENE LISTE

miércoles, 14 de marzo de 2018

HISTORIAS DE CONQUISTA

20 de marzo de 1741 10:30, Cartagena de Indias, Virreinato de la NuevaGranada:

Comenzó el bombardeo masivo de la artillería inglesa sobre nuestras posiciones en la batería de Santiago que nos pilló con la guardia baja, pues la escuadra inglesa llevaba fondeada una semana frente a Bocachica sin realizar ningún tipo de ataque o desembarco, pero ese día el almirante Vernon decidió lanzarse al ataque, no sin antes intentar neutralizar las baterías de los fuertes que defendían la entrada a la bahía de Cartagena, entre los que se encontraba el nuestro.

Los hombres se levantaban de las literas sobresaltados y corrían hacia el exterior balanceándose, pues el bombardeo era tan intenso que hacía que el suelo se moviese. Los hombres que estaban de guardia apelaban al valor y a sus compañeros a ocupar sus puestos y prestarse a la defensa de la plaza. El teniente Núñez me gritó para que me acercase y con un gesto, me indicó que cogiese mi pelotón y me dirigiese a la playa para observar a los ingleses en principio, aunque luego se complicó la historia...

Afirmé con la cabeza y llamé a mi pelotón, que formaba en perfecto orden en la puerta oeste del fuerte, mi pelotón estaba formado por: Diego un zaragozano con ganas de ver mundo, David hijo de un judío converso de Toledo, Antonio hijo de un carpintero de Cartagena y Juan un soldado de la guerra de sucesión que luchó en el bando perdedor y peleaba para recuperar su honor. Les conté el plan y en silencio, nos pusimos en camino hacia la playa, con las armas envueltas en telas para no hacer ningún tipo de ruido.

En unos minutos, estuvimos en la playa y ordené a Juan y Antonio que comenzasen a cavar una trinchera a unas quince varas de la orilla del mar. Mientras esperamos a los ingleses hicimos acopio de munición y afilamos las bayonetas y guardamos silencio unos minutos, hasta que David rompió el silencio:

-El retoño de David, Tu siervo...tu salvación esperamos todo el día...Haz retoñar el cuerno de la salvación...

-¿Qué cojones está cantando? Pregunto intrigado Juan.

-Es una oración judía de bendición al alba. Respondió Diego.

-Tiene que tener cuidado, incluso aquí en el Nuevo Mundo la Inquisición busca herejes. Dije yo

David terminó su oración y explicó su acción:

-Mi familia se convirtió a la fe cristiana cuando los Reyes Católicos echaron a todos los sefardíes de la Península. Hasta ahora he tomado hábitos cristianos y fui bautizado al nacer, pero mi padre me dijo que siempre ante una situación difícil Abraham me guiará en el camino.

-Bueno..., ni Dios, ni Alá, ni ningún maldito dios nos va a sacar de este atolladero, solo nosotros con nuestro ingenio y con la táctica de Don Blas.

En ese momento, se oyó una barca arrastrando arena, los cinco nos asomamos al exterior, en frente nuestro un grupo de diez  soldados ingleses discutían y no se dieron cuenta de que estábamos allí. Nuestra misión era observar, pero Juan me hizo señas con el codo para abrir fuego contra ellos. Titubeé ya que nuestras órdenes eran observar e informar, pero aquellos ingleses parecían ser la vanzadilla del asalto principal y habría apostado un ojo de la cara, de que su misión era tantear y cartografiarlo el terreno. Así que di las indicaciones precisas a los demás y nos preparamos para abrir fuego.

Abrimos fuego y cayeron al suelo tres ingleses, los demás alertados cogieron sus fusiles e intentaron responder al fuego, pero inútilmente ya que una segunda ráfaga de plomo hizo caer a otros cuatro ingleses, entre ellos un oficial. De los tres supervivientes, dos se rindieron y uno salió corriendo hacia la selva siendo perseguido por Antonio, que lo alcanzo antes de que llegase a la jungla. Todos nos echamos encima de él para inmovilizarle y tras prenderlo volvimos al fuerte.


4 de Abril de 1741 22:00, Cartagena de Indias, Virreinato de la NuevaGranada:

Hacía semanas que el cerco enemigo había comenzado, pero gracias al inglés que capturamos el Almirante Blas de Lezo se anticipó a la maniobra enemiga y decidió hundir el “Dragón” y el “Conquistador” en la entrada de la bahía de Bocachica y Bocagrande para impedir a los atacantes posicionarse en la bahía interior. Lo que nos hizo ganar tiempo ante un rivalque nos superaba en uno a cuatro.

Esa noche me encontraba en las murallas, desde donde se veía perfectamente y al completo la enorme escuadra inglesa; Inglaterra había reunido para esta empresa una enorme mole de madera de ciento noventa y seis naves, que nos bombardeaban día y noche, y veinte mil hombres que excavaban trincheras en frente de nuestras murallas esperando el momento perfecto para arrollarnos.

Antonio que estaba de guardia conmigo tallaba en un trozo de madera la cruz de borgoña, la insignia de los tercios, mientras Juan en la plaza de armas daba buena cuenta de un barril de bananas y aguacates. Yo me encontraba inmerso en mis pensamientos, aquella era una noche en que la luna se encontraba en su cenit ya que brillaba tanto que parecía la luz del sol, pero aquel brillo no era normal y se estaba volviendo molesto, para cuando me di cuenta de lo que se trataba era tarde, era una bengala. De repente se oyó como miles de botas se acercaban a la muralla y cuando los ingleses estuvieron unos metros de las fortificaciones, accionaron una cargar que hizo saltar por los aires, a toda la dotación de guardia incluidos Antonio y yo junto con una parte de la muralla. 

Juan que estaba en el patio dio el grito de alarma y los hombres comenzaron a ocupar sus puestos de defensa, sin embargo ya era tarde pues muchos ingleses habían entrado y comenzaban a traer piezas de artillería. Con todo ello, defendimos nuestra posición hasta que nos ordenaron retirarnos. La explosión me lanzó hacia la jungla, por lo que cuando me levanté no sabía dónde estaba, pero vi la oportunidad que brindaba la ocasión, pues estaba en la retaguardia del enemigo por la que no se esperaba ningún ataque. Además para mi ventura Antonio se encontraba junto a mi de una solo pieza y aunque ambos nos tambaleábamos  cogimos nuestras espadas y nos lanzamos sigilosamente sobre dos infantes ingleses desprevenidos que cayeron sin poder reaccionar.

En mi ausencia, Juan tomó el mando junto al teniente Núñez que le ordenó resistir la posición en el patio, pero se dio cuenta que según los hombres salían eran ametrallados por los ingleses que empezaban a ganar terreno. Juan vio la ocasión cuando vislumbró un cañón de 4 libras en el baluarte principal, así que cogió a Diego, David y un puñado de hombres, que comenzaron a cargar el cañón. Cuando el arma estaba cargada se abrió fuego de metralla contra los cuadros ingleses, que de las bajas producidas se desmoronaron y retiraron, permitiendo a los españoles que se encontraban al abismo de la derrota recuperar parte del fuerte. La victoria no duró mucho, pues los ingleses cargaron a bayoneta calada, eso y la muerte del teniente Núñez, propició la caída final del fuerte.

Justo cuando los británicos se preparaban para abrir fuego sobre lo que quedaba de nuestra guarnición, se oyó una explosión desde la jungla, la incursión que Antonio y yo habíamos realizado no podía salir mejor pues toda la intendencia y suministros ingleses ardían como el papel. Los defensores comprendieron que esa era su oportunidad para escapar, por lo que mientras los atacantes estaban confundidos salieron por la puerta y se dirigieron a los botes de la orilla para escapar. Antonio yo nos encontramos con los demás y comenzamos con la evacuación, ya que estaba al mando después de la muerte de Núñez, fui el último en salir de la isla pero antes de embarcar me di la vuelta y observé el fuerte de Santiago envuelto en las llamas mientras la cruz de San Jorge se izaba en la torre.

Esa noche perdí a buenos hombres y juré odio eterno a Inglaterra.





19 de Abril de 1741 19:30, Castillo de San Felipe, Cartagena de Indias, Virreinato de la NuevaGranada:

Se acercaba el final, durante las dos semanas posteriores a la caída de la batería, nos habíamos dedicado a defender cada palmo de tierra y vender cara nuestra piel. Infligiendo entre nuestros mosquetes y las enfermedades tropicales numerosas bajas a los atacantes, pero el elevado número de efectivos tornaba la balanza en favor del inglés. Y aunque obteníamos numerosas victorias en una guerra de guerrillas en la jungla, nuestras bajas comenzaban a notarse y la moral a caer. Esto nos llevó a retirarnos al guarnecido castillo de San Felipe, objetivo final y decisivo en el plan inglés para tomar Cartagena.


Parecería a todos los aspectos que estábamos condenados, pero para nuestra suerte teníamos al mando al mejor marinero del mundo Don Blas de Lezo que ordenó cavar un foso frente a la muralla del castillo y decidió hundir los últimos navíos que quedaban en la bahía imposibilitando definitivamente la entrada de los barcos ingleses, por lo que el desembarco se produjo lejos del punto original y aprovechamos para hostigar al enemigo y producirles numerosas pérdidas.


Me encontraba pasando revista a los supervivientes de la guarnición de nuestro fuerte que habían quedado a mi mando, cuando un oficial me dijo que el almirante quería verme por lo que me dirigí apresuradamente al alcázar donde Don Blas me esperaba. Me hizo pasar a su despacho y me a una copa de vino que tomamos junto a unas viandas. Tras un rato en el cual me contó que había oído hablar mucho de mí, me contó el motivo de la reunión. Tenía una importante misión para mí.


Tras salir del despacho, me dirigí a la puerta y sin que nadie me viese escapé del fuerte. Tras ello me dirigí a las líneas inglesas y fui inmediatamente divisado por un pelotón inglés, al cual me rendí y comuniqué que tenía algo muy importante que decir al almirante Vernon.

En un par de horas me subieron a un bote rumbo al buque insignia británico, donde un par de ingleses me llevaron ante el alto mando. Los generales y capitanes discutían cuando fueron importunados por el soldado que me portaba, este comunicó que tenía algo de mucha importancia que decirles. Un hombre mayor de pelo gris y esbelto se me acercó y me preguntó que era lo tan importante que tenía que decir. Le dije que todo estaba perdido, que las condiciones eran infrahumana y que quería ayudarle a terminar con esa matanza. El hombre quedó convencido y se presentó oficialmente como el Almirante Vernon de la Royal Navy. Yo me presenté y le comenté que podía guiar a sus hombres a la retaguardia española y tomar el castillo sin bajas, por lo que convencido me encomendó guiar a un numeroso contingente hasta allí.

Cuando se puso el sol comenzamos el ataque definitivo al fuerte, por lo que guié a unos ingleses confiados a la parte de atrás de la muralla, donde se esperaban encontrar unas puertas indefensas, pero en vez de ello se encontraron con seiscientos mosqueteros que erradicaron a la mitad del contingente inglés que venía conmigo. La trampa había sido un éxito.

Al no recibir noticias de la primera oleada inglesa, Vernon ordenó avanzar a todos los efectivos que esperaron a que las puertas se abrieran, pero desde las almenas los españoles comenzaron a disparar con su artillería al enemigo. Los atacantes respondieron con escalas de guerra, sin embargo cuando intentaron subir quedaron inmovilizados ya que eran demasiado cortas, pues el foso cavado en torno a la muralla acrecentaba la altura. Ese fue el principio del fin. Aun así las unidades de macheteros jamaicanos lograron llegar a los muros y su salvajismo comenzó a hacer retroceder a los españoles, pero para su desventura allí estaba Juan con los solados veteranos que cargaron a bayoneta con tanta furia que hicieron huir a los nativos. Sin embargo Juan fue rodeado por cuatro jamaicanos, estando herido y cansado consiguió abatir a dos, pero finalmente cayó muerto al suelo.

Cuando me enteré de la noticia monté en cólera y junto al mismísimo Don Blas de Lezo abrimos las puestas y cargamos junto a trescientos hombres sobre los restos del contingente británico al grito de: ¡Santiago y cierra España!

20-24 de abril de 1741, Cartagena de Indias, Virreinato de la NuevaGranada:

Se acabó, contra todo pronóstico y lógica habíamos resistido la última ofensiva inglesa. Llevamos toda la noche acosando al enemigo en su retirada a los botes y del contingente de veinte dos mío hombres, menos de ocho mil habían sobrevivido. También la armada inglesa mermaba cada día, víctima de las enfermeras tropicales y de la escasez de personal que los hacían ingobernables en alta mar.

Vernon se había precipitado y ahora se enfrentaba a la realidad, era imposible tomar Cartagena. Tras una reunión con los altos mandos, decidió retirarse a Inglaterra con el rabo entre las piernas y la mitad de la flota con la que había partido.

Don Blas me comunicó la gran noticia, pero mientras los demás bebían y cantaban yo me fui a la playa en la que habíamos visto la barca inglesa a ver la salida del sol. Sentado en aquella suave arena, me paré a pensar que habíamos obtenido esa victoria a un alto coste. Todo mi pelotón había caído en la defensa de la ciudad; Juan en la defensa del castillo de San Felipe, David en la defensa de la batería de Santiago y Antonio y Diego en la carga final contra los ingleses, alcanzados por proyectiles ingleses. Solo yo con ayuda de Dios lo había logrado.


Estuve contemplando el sol muchas horas hasta que comenzó a subir la marea, momento en que volví al fuerte a hablar con Don Blas que me dio el permiso para regresar en el próximo barco a España.

Antes de eso fui a la ciudad a visitar al padre de Antonio y a darle mis condolencias. El anciano hombre lloró en demasía, pero yo le consolé y le conté de la escaramuza realizada con Antonio que decidió la suerte de toda la guarnición, así como su valentía el último día de combate. Tras ello, me encontré con unos soldados que iban camino al prostíbulo y me invitaron a acompañarles, pero yo no estaba de humor y rechacé la oferta.


Dos días después, lo que quedaba de la armada inglesa acabó de retirarse y los primeros barcos españoles del capitán Torres llegaron con víveres y soldados. En esos días visité al Almirante que se encontraba en cama por un ataque de paludismo. Casi no pudo articular palabra de lo aquejado que estaba, pero encontró las fuerzas para levantarse y me condecoró por mi valor. Las heridas por los años de servicio, el estrés y ahora el paludismo, habían acabado con las fuerzas del mejor marino de España que acabó muriendo en septiembre de ese mismo año y aunque cabría celebrar un funeral con todos los honores militares, la verdad es que Blas de Lezo y Olovarrieta fue enterrado en una fosa común sin ningún tipo de honor.


De mí poco más se puede contar, volví a España donde no se me reconoció como a muchos otros la heroica hazaña que realizamos.

¿Así paga España a sus héroes? ¿Sí no sabían de sus hazañas en aquellos tiempos, se les recordará ahora? No lo sé, tal vez ese sea del destino de los héroes de España ser olvidados por sus compatriotas. Nos quedamos con la Armada Invencible y Trafalgar y olvidamos las victorias de Cartagena, San Quintín, Gravelinas, Pavia, Mühlberg o Bailen. Espero que con todo lo aquí recopilado, quede constancia del sacrificio de unos hombres victoriosos y olvidados por su país.

PABLO BERDIE

lunes, 12 de marzo de 2018

VERANO DEL 36


Como todos los veranos habíamos ido a pasar las vacaciones al País Vasco, a Zarautz. Abuelos y padres, tíos, primos, todos disfrutábamos juntos en una casa grande, “ Villa Miramar” , a la orilla de la playa, como todos los veranos y como todos los veranos felices y contentos.
 Hasta que llegó el abuelo con el periódico en la mano y nos hizo señas para que nos acercásemos. Y leyó en voz alta: 
- las tropas nacionales han entrado en Madrid y el enfrentamiento con los milicianos está siendo sangriento. 
Dejamos de bañarnos y nos fuimos a casa a oír la radio y a comer. Había un silencio tenso; todos esperábamos noticias de esperanza sobre la situación. 
Los días siguientes fueron de mucho movimiento: visitas de amigos que buscaban opiniones, comentarios ante la situación que se estaba creando en España... Había dos generales del ejército español, tres empresarios, varios estudiantes de distintos niveles, todos buscando la mejor manera de vivir aquella sorpresa no por esperada menos preocupante. 
Tras varios días de espera pudimos conocer el porqué del desplazamiento de las tropas nacionales y como se estaba desarrollando la nueva situación. Supimos rápidamente que las tropas vascas en Zarautz estaban buscando militares nacionales y a sus familias.
Los días siguientes, fueron de idas y venidas, de preocupación y miedo, de incertidumbre y tolerancia, de nombres y apellidos buscando a todos los generales que estaban en casa.
El peligro era inminente y el riesgo muy serio. La decisión fue rápida: había que huir y lo más seguro era ir por el monte para evitar encontrarse con los milicianos. Se organizó la marcha de los dos generales con dos de las esposas de los amigos que llevaban (cómo no) su bolsa de hacer punto y en ella las pistolas de los generales.
 Parte del camino fue totalmente tranquilo no encontraron a nadie y además en algunos caseríos, les invitaron a tomar una sidra.
Al caer la tarde, ya empezaba a anochecer, aparecieron unos milicianos. Los generales estaban escondidos pero las mujeres se pusieron a hablar con los soldados, explicándoles que habían salido a pasear, para tejer las chaquetitas de sus nietos. Los milicianos, buena gente del país las ayudaron a llegar al lugar más fácil.
Por allí emprendieron la vuelta a Zarautz, después de hablar con los escapados y quedar con ellos en que acudirían a Zarautz cuando les avisasen que no había peligro.
Al día siguiente, era ya casi medio día cuando llegaron los dos, sucios, agotados, y con el miedo en los ojos.  
Los días siguientes, como se puede suponer fueron de gran preocupación y siempre buscando una forma de volver a nuestra casa en Zaragoza y esperar a que alguien fuera capaz de devolver la cordura al país y a sus gentes. Vivir en paz y tratar de olvidar lo que habíamos vivido y lo que otros nos habían podido contar.

Esto, sólo es una muestra de lo que se vivió en aquellos tiempos y que algunos pudieron contar después de años y otros no vivieron para ser portavoces de una situación que nunca debimos vivir.


Esta historia hoy aquí relatada, ha sido contada por alguien que lo vivió y hoy me lo hace saber en primera persona.


                       ALEJANDRO MONSALVE

miércoles, 7 de marzo de 2018

COROCOTTA

Tal vez no lo sepáis, pero nuestro colegio organiza todos los años un certamen literario de relato corto. Este año la temática giraba en torno a la historia de España. Os vamos a ir colgando los mejores relatos de esta edición, que casualmente son los nuestros, jajajajajaja. No, no es una coincidencia. Somos los que mejor escribimos del colegio :)
El primero va a ser el que resultó ganador. ¡Esperamos que os gusten!


“CC sextertium nummum caput Corocotta” “Es más de lo que yo pagaría por mi cabeza” Lo arrojó
page1image1640
al fuego y no quiso saber nada más. Si iban a acabar con él no sería de esa forma.
Abrió la puerta y descubrió frente a su casa una enorme multitud.
-¡Corocotta! -Aullaban. La noticia les había llegado a todos. Un hombre de cabello rojizo tomó la iniciativa y dijo:
-Los romanos han puesto precio a tu cabeza. - La gente de la aldea gritaba. Corocotta lo invitó a pasar. Hablarían mejor en privado. El hombre de tez pálida y lustrosa melena llameante, comenzó a hablarle sin apenas haberse sentado.

  • -  Corocotta, eres nuestro caudillo. Augusto ha clavado pergaminos por todos los rincones de
    nuestras tierras. Ofrece una recompensa de doscientos mil sestercios a la persona que te entregue
    en su campamento. ¿Es que no lo ves? Nos están desafiando.
  • -  ¡Sólo soy un ladrón cántabro!
  • -  Pues eres uno muy poderoso, además de un héroe para muchos. Has opuesto resistencia ante esas
    sabandijas romanas durante demasiado tiempo como para rendirte ahora.
  • -  ¿Y quién ha dicho que vaya a rendirme? El gran Corocotta nunca se rinde.
  • -  Demuéstranoslo. - El hombre salió de la casa en un movimiento fluido y desenfadado. Pero
    Corocotta apenas le prestó atención. Su pueblo le pedía algo que él no podía darle. Roma era un enemigo demasiado grande como para luchar contra él y Corocotta lo sabía. Todos le conocían como el más valiente, el ladrón más astuto, un pícaro que pudo proporcionar a su pueblo lo necesario para superar penurias. En aquel momento, Corocotta no se sentía como nada de eso. De pronto, un fugaz pensamiento pasó por su cabeza. Sin haberlo pensado ni una sola vez, agarró una saca en la que metió un poco de comida y la daga de su padre, y al anochecer consiguió salir de la aldea sin levantar sospecha. Al amanecer, Corocotta contemplaba el paisaje desde una colina cercana a la aldea, inició un camino, que le llevaría a unas tierras que aunque le pertenecían, no podía controlar.
  • -  Llevaba caminando ya dos días sin apenas haberse parado a descansar, notaba la boca seca y una fuerza ya casi inexistente le obligó a detenerse. Decidió beber un poco de agua en un riachuelo cercano. Sacó la daga de su padre y consiguió con poco esfuerzo pescar un pez para cenar. Esa noche Corocotta durmió bajo las estrellas, y rememoró aquellos tiempos duros de lucha contra el enemigo, en los que cualquier sufrimiento era poco cuando se trataba de Roma. A la mañana siguiente emprendió su viaje de nuevo. Siguió caminando durante días, evitando cualquier contacto con otros castros cántabros. Atravesaba bosques y montañas sin apenas esfuerzo y combatía el hambre y el frío con su único atuendo de piel y la daga de su padre.
  • -  Tras dos semanas de viaje, Corocotta llegó por fin a su destino, exhausto pero satisfecho. Un enorme monstruo hecho de madera y tierra, estructurado a la perfección en forma de campamento romano se levantaba ante él. Era descomunal. De unas dimensiones realmente vertiginosas. Corocotta vivía en un pequeño castro cántabro, nunca había visto nada igual. Por un momento, se estremeció, pero había hecho demasiado esfuerzo como para rendirse. Legionarios armados y vestidos con sus impecables y rudos uniformes patrullaban de un lado a otro sin descanso. Corocotta notaba cómo el corazón se le iba a salir del pecho, en un ademán de darse la vuelta, cayó al foso y la única forma posible de salir de allí era aparecer en el campamento. No había vuelta atrás, salió del agujero y cruzó la enorme puerta principal del campamento con la cabeza bien alta. Las manos le sudaban y casi no podía pensar. Estaba desarmado, sólo y en territorio enemigo. Aquel lugar era tan descomunalmente grande que Corocotta no sabía hacia dónde echar a andar. A su alrededor miles de tiendas de campaña en las que se alojaban los legionarios se distribuían sin oportunidad de error. Comenzó a avanzar por la vía principal sin mirar atrás. Unos soldados le observaron extrañados, y por puro instinto primario Corocotta echó a correr, fue entonces cuando se dio la voz de alarma. “¡Cantabrico tenus princeps!”. El caudillo se detuvo alarmado, una horda de legionarios se colocó a su alrededor y justo frente a él se abrió una lujosa tienda color escarlata. Un hombre alto y rubio vestido de general lo observaba con
omnipotencia. Corocotta no podía reaccionar, cuando de pronto entendió quién era aquel hombre
y qué debía hacer.
  • -  Yo soy Corocotta, el gran caudillo cántabro. Vengo a buscar la recompensa.- Dijo el pícaro en
    voz alta. El hombre de cabellos de oro con pinta de importante, frunció el ceño. Todo el campamento se encontraba en silencio mientras Augusto contemplaba al caudillo. Hizo un ademán de tomar la palabra, pero retrocedió. Chasqueó los dedos, y al instante un joven menudo y cabizbajo se presentó a su lado de rodillas, portando un saquito de cuero.
  • -  Tu osadía me enfada. Pero admiro tu valentía y Roma nunca castiga a los valientes. Ten tu recompensa sucio bribón cántabro, y desaloja el campamento antes de que cambie de opinión. - Corocotta tragó saliva esperando a ser ejecutado en cuanto echase a andar. Augusto tenía la mano levantada, nadie podía atacar. Dio unos cuantos pasos tanteando con inseguridad y recogió la bolsa de las manos del esclavo. Seguía sin oírse una voz. Algunos de los legionarios estaban anonadados, otros, prefirieron no hablar, pues no entendieron el comportamiento de Augusto. Corocotta ya con la bolsa en su poder, se dio la vuelta y volvió por donde había venido, con paso firme y casi sin respiración. Ya fuera del campamento echó a correr con todas sus fuerzas, no quería que un grupo de romanos le siguiera y matara a sangre fría después de todo lo que había pasado.
    El caudillo emprendió el viaje de vuelta a su aldea. Recorrió exactamente la misma distancia, casi siguiendo sus huellas, pero esta vez mucho más deprisa.
    Estaba amaneciendo cuando Corocotta se plantó en la misma piedra cercana a su aldea a contemplar el paisaje. Una vez fue de día se adentró en la aldea y allí descubrió a todo su pueblo aguardándole. Esta vez, el caudillo fue el que empezó a hablar:

  • -  ¡Roma nunca castiga a los valientes! - Dijo Corocotta elevando la saca de cuero llena de monedas de bronce.
  • -  ¡Princeps, princeps, princeps! - Gritaban todos.

Aquella noche se celebró una fiesta en honor a Corocotta. Encendieron una enorme hoguera en la que se quemaron todos y cada uno de los pergaminos que Augusto había colgado poniendo precio a la cabeza del caudillo. Corocotta recordó entonces, el pergamino que había arrojado al fuego justo antes de iniciar su viaje y cómo se había prometido que no acabarían con él de aquella forma. Se sentía valiente, fuerte, era un princeps, y había hecho historia.
Corocotta fue un personaje de la Antigüedad (siglo I a. C.), cuya existencia se conoce únicamente
por una sola cita, del historiador romano Dión Casio :
Irritóse tanto [Augusto] al principio contra un tal Corocotta, ladrón hispano muy poderoso, que hizo
pregonar una recompensa de doscientos mil sestercios a quien lo apresase; pero más tarde, como se
le presentase espontáneamente, no solo no le hizo ningún daño, sino que encima le regaló aquella
suma.
Dión Casio 56, 43, 3 

Digesta-01

-“Capitán Brown, diríjase inmediatamente a la Nave Disgesta-01” “Repito, capitán Brown, diríjase...” Ahí estaba, la voz de Claire, la chi...