miércoles, 14 de marzo de 2018

HISTORIAS DE CONQUISTA

20 de marzo de 1741 10:30, Cartagena de Indias, Virreinato de la NuevaGranada:

Comenzó el bombardeo masivo de la artillería inglesa sobre nuestras posiciones en la batería de Santiago que nos pilló con la guardia baja, pues la escuadra inglesa llevaba fondeada una semana frente a Bocachica sin realizar ningún tipo de ataque o desembarco, pero ese día el almirante Vernon decidió lanzarse al ataque, no sin antes intentar neutralizar las baterías de los fuertes que defendían la entrada a la bahía de Cartagena, entre los que se encontraba el nuestro.

Los hombres se levantaban de las literas sobresaltados y corrían hacia el exterior balanceándose, pues el bombardeo era tan intenso que hacía que el suelo se moviese. Los hombres que estaban de guardia apelaban al valor y a sus compañeros a ocupar sus puestos y prestarse a la defensa de la plaza. El teniente Núñez me gritó para que me acercase y con un gesto, me indicó que cogiese mi pelotón y me dirigiese a la playa para observar a los ingleses en principio, aunque luego se complicó la historia...

Afirmé con la cabeza y llamé a mi pelotón, que formaba en perfecto orden en la puerta oeste del fuerte, mi pelotón estaba formado por: Diego un zaragozano con ganas de ver mundo, David hijo de un judío converso de Toledo, Antonio hijo de un carpintero de Cartagena y Juan un soldado de la guerra de sucesión que luchó en el bando perdedor y peleaba para recuperar su honor. Les conté el plan y en silencio, nos pusimos en camino hacia la playa, con las armas envueltas en telas para no hacer ningún tipo de ruido.

En unos minutos, estuvimos en la playa y ordené a Juan y Antonio que comenzasen a cavar una trinchera a unas quince varas de la orilla del mar. Mientras esperamos a los ingleses hicimos acopio de munición y afilamos las bayonetas y guardamos silencio unos minutos, hasta que David rompió el silencio:

-El retoño de David, Tu siervo...tu salvación esperamos todo el día...Haz retoñar el cuerno de la salvación...

-¿Qué cojones está cantando? Pregunto intrigado Juan.

-Es una oración judía de bendición al alba. Respondió Diego.

-Tiene que tener cuidado, incluso aquí en el Nuevo Mundo la Inquisición busca herejes. Dije yo

David terminó su oración y explicó su acción:

-Mi familia se convirtió a la fe cristiana cuando los Reyes Católicos echaron a todos los sefardíes de la Península. Hasta ahora he tomado hábitos cristianos y fui bautizado al nacer, pero mi padre me dijo que siempre ante una situación difícil Abraham me guiará en el camino.

-Bueno..., ni Dios, ni Alá, ni ningún maldito dios nos va a sacar de este atolladero, solo nosotros con nuestro ingenio y con la táctica de Don Blas.

En ese momento, se oyó una barca arrastrando arena, los cinco nos asomamos al exterior, en frente nuestro un grupo de diez  soldados ingleses discutían y no se dieron cuenta de que estábamos allí. Nuestra misión era observar, pero Juan me hizo señas con el codo para abrir fuego contra ellos. Titubeé ya que nuestras órdenes eran observar e informar, pero aquellos ingleses parecían ser la vanzadilla del asalto principal y habría apostado un ojo de la cara, de que su misión era tantear y cartografiarlo el terreno. Así que di las indicaciones precisas a los demás y nos preparamos para abrir fuego.

Abrimos fuego y cayeron al suelo tres ingleses, los demás alertados cogieron sus fusiles e intentaron responder al fuego, pero inútilmente ya que una segunda ráfaga de plomo hizo caer a otros cuatro ingleses, entre ellos un oficial. De los tres supervivientes, dos se rindieron y uno salió corriendo hacia la selva siendo perseguido por Antonio, que lo alcanzo antes de que llegase a la jungla. Todos nos echamos encima de él para inmovilizarle y tras prenderlo volvimos al fuerte.


4 de Abril de 1741 22:00, Cartagena de Indias, Virreinato de la NuevaGranada:

Hacía semanas que el cerco enemigo había comenzado, pero gracias al inglés que capturamos el Almirante Blas de Lezo se anticipó a la maniobra enemiga y decidió hundir el “Dragón” y el “Conquistador” en la entrada de la bahía de Bocachica y Bocagrande para impedir a los atacantes posicionarse en la bahía interior. Lo que nos hizo ganar tiempo ante un rivalque nos superaba en uno a cuatro.

Esa noche me encontraba en las murallas, desde donde se veía perfectamente y al completo la enorme escuadra inglesa; Inglaterra había reunido para esta empresa una enorme mole de madera de ciento noventa y seis naves, que nos bombardeaban día y noche, y veinte mil hombres que excavaban trincheras en frente de nuestras murallas esperando el momento perfecto para arrollarnos.

Antonio que estaba de guardia conmigo tallaba en un trozo de madera la cruz de borgoña, la insignia de los tercios, mientras Juan en la plaza de armas daba buena cuenta de un barril de bananas y aguacates. Yo me encontraba inmerso en mis pensamientos, aquella era una noche en que la luna se encontraba en su cenit ya que brillaba tanto que parecía la luz del sol, pero aquel brillo no era normal y se estaba volviendo molesto, para cuando me di cuenta de lo que se trataba era tarde, era una bengala. De repente se oyó como miles de botas se acercaban a la muralla y cuando los ingleses estuvieron unos metros de las fortificaciones, accionaron una cargar que hizo saltar por los aires, a toda la dotación de guardia incluidos Antonio y yo junto con una parte de la muralla. 

Juan que estaba en el patio dio el grito de alarma y los hombres comenzaron a ocupar sus puestos de defensa, sin embargo ya era tarde pues muchos ingleses habían entrado y comenzaban a traer piezas de artillería. Con todo ello, defendimos nuestra posición hasta que nos ordenaron retirarnos. La explosión me lanzó hacia la jungla, por lo que cuando me levanté no sabía dónde estaba, pero vi la oportunidad que brindaba la ocasión, pues estaba en la retaguardia del enemigo por la que no se esperaba ningún ataque. Además para mi ventura Antonio se encontraba junto a mi de una solo pieza y aunque ambos nos tambaleábamos  cogimos nuestras espadas y nos lanzamos sigilosamente sobre dos infantes ingleses desprevenidos que cayeron sin poder reaccionar.

En mi ausencia, Juan tomó el mando junto al teniente Núñez que le ordenó resistir la posición en el patio, pero se dio cuenta que según los hombres salían eran ametrallados por los ingleses que empezaban a ganar terreno. Juan vio la ocasión cuando vislumbró un cañón de 4 libras en el baluarte principal, así que cogió a Diego, David y un puñado de hombres, que comenzaron a cargar el cañón. Cuando el arma estaba cargada se abrió fuego de metralla contra los cuadros ingleses, que de las bajas producidas se desmoronaron y retiraron, permitiendo a los españoles que se encontraban al abismo de la derrota recuperar parte del fuerte. La victoria no duró mucho, pues los ingleses cargaron a bayoneta calada, eso y la muerte del teniente Núñez, propició la caída final del fuerte.

Justo cuando los británicos se preparaban para abrir fuego sobre lo que quedaba de nuestra guarnición, se oyó una explosión desde la jungla, la incursión que Antonio y yo habíamos realizado no podía salir mejor pues toda la intendencia y suministros ingleses ardían como el papel. Los defensores comprendieron que esa era su oportunidad para escapar, por lo que mientras los atacantes estaban confundidos salieron por la puerta y se dirigieron a los botes de la orilla para escapar. Antonio yo nos encontramos con los demás y comenzamos con la evacuación, ya que estaba al mando después de la muerte de Núñez, fui el último en salir de la isla pero antes de embarcar me di la vuelta y observé el fuerte de Santiago envuelto en las llamas mientras la cruz de San Jorge se izaba en la torre.

Esa noche perdí a buenos hombres y juré odio eterno a Inglaterra.





19 de Abril de 1741 19:30, Castillo de San Felipe, Cartagena de Indias, Virreinato de la NuevaGranada:

Se acercaba el final, durante las dos semanas posteriores a la caída de la batería, nos habíamos dedicado a defender cada palmo de tierra y vender cara nuestra piel. Infligiendo entre nuestros mosquetes y las enfermedades tropicales numerosas bajas a los atacantes, pero el elevado número de efectivos tornaba la balanza en favor del inglés. Y aunque obteníamos numerosas victorias en una guerra de guerrillas en la jungla, nuestras bajas comenzaban a notarse y la moral a caer. Esto nos llevó a retirarnos al guarnecido castillo de San Felipe, objetivo final y decisivo en el plan inglés para tomar Cartagena.


Parecería a todos los aspectos que estábamos condenados, pero para nuestra suerte teníamos al mando al mejor marinero del mundo Don Blas de Lezo que ordenó cavar un foso frente a la muralla del castillo y decidió hundir los últimos navíos que quedaban en la bahía imposibilitando definitivamente la entrada de los barcos ingleses, por lo que el desembarco se produjo lejos del punto original y aprovechamos para hostigar al enemigo y producirles numerosas pérdidas.


Me encontraba pasando revista a los supervivientes de la guarnición de nuestro fuerte que habían quedado a mi mando, cuando un oficial me dijo que el almirante quería verme por lo que me dirigí apresuradamente al alcázar donde Don Blas me esperaba. Me hizo pasar a su despacho y me a una copa de vino que tomamos junto a unas viandas. Tras un rato en el cual me contó que había oído hablar mucho de mí, me contó el motivo de la reunión. Tenía una importante misión para mí.


Tras salir del despacho, me dirigí a la puerta y sin que nadie me viese escapé del fuerte. Tras ello me dirigí a las líneas inglesas y fui inmediatamente divisado por un pelotón inglés, al cual me rendí y comuniqué que tenía algo muy importante que decir al almirante Vernon.

En un par de horas me subieron a un bote rumbo al buque insignia británico, donde un par de ingleses me llevaron ante el alto mando. Los generales y capitanes discutían cuando fueron importunados por el soldado que me portaba, este comunicó que tenía algo de mucha importancia que decirles. Un hombre mayor de pelo gris y esbelto se me acercó y me preguntó que era lo tan importante que tenía que decir. Le dije que todo estaba perdido, que las condiciones eran infrahumana y que quería ayudarle a terminar con esa matanza. El hombre quedó convencido y se presentó oficialmente como el Almirante Vernon de la Royal Navy. Yo me presenté y le comenté que podía guiar a sus hombres a la retaguardia española y tomar el castillo sin bajas, por lo que convencido me encomendó guiar a un numeroso contingente hasta allí.

Cuando se puso el sol comenzamos el ataque definitivo al fuerte, por lo que guié a unos ingleses confiados a la parte de atrás de la muralla, donde se esperaban encontrar unas puertas indefensas, pero en vez de ello se encontraron con seiscientos mosqueteros que erradicaron a la mitad del contingente inglés que venía conmigo. La trampa había sido un éxito.

Al no recibir noticias de la primera oleada inglesa, Vernon ordenó avanzar a todos los efectivos que esperaron a que las puertas se abrieran, pero desde las almenas los españoles comenzaron a disparar con su artillería al enemigo. Los atacantes respondieron con escalas de guerra, sin embargo cuando intentaron subir quedaron inmovilizados ya que eran demasiado cortas, pues el foso cavado en torno a la muralla acrecentaba la altura. Ese fue el principio del fin. Aun así las unidades de macheteros jamaicanos lograron llegar a los muros y su salvajismo comenzó a hacer retroceder a los españoles, pero para su desventura allí estaba Juan con los solados veteranos que cargaron a bayoneta con tanta furia que hicieron huir a los nativos. Sin embargo Juan fue rodeado por cuatro jamaicanos, estando herido y cansado consiguió abatir a dos, pero finalmente cayó muerto al suelo.

Cuando me enteré de la noticia monté en cólera y junto al mismísimo Don Blas de Lezo abrimos las puestas y cargamos junto a trescientos hombres sobre los restos del contingente británico al grito de: ¡Santiago y cierra España!

20-24 de abril de 1741, Cartagena de Indias, Virreinato de la NuevaGranada:

Se acabó, contra todo pronóstico y lógica habíamos resistido la última ofensiva inglesa. Llevamos toda la noche acosando al enemigo en su retirada a los botes y del contingente de veinte dos mío hombres, menos de ocho mil habían sobrevivido. También la armada inglesa mermaba cada día, víctima de las enfermeras tropicales y de la escasez de personal que los hacían ingobernables en alta mar.

Vernon se había precipitado y ahora se enfrentaba a la realidad, era imposible tomar Cartagena. Tras una reunión con los altos mandos, decidió retirarse a Inglaterra con el rabo entre las piernas y la mitad de la flota con la que había partido.

Don Blas me comunicó la gran noticia, pero mientras los demás bebían y cantaban yo me fui a la playa en la que habíamos visto la barca inglesa a ver la salida del sol. Sentado en aquella suave arena, me paré a pensar que habíamos obtenido esa victoria a un alto coste. Todo mi pelotón había caído en la defensa de la ciudad; Juan en la defensa del castillo de San Felipe, David en la defensa de la batería de Santiago y Antonio y Diego en la carga final contra los ingleses, alcanzados por proyectiles ingleses. Solo yo con ayuda de Dios lo había logrado.


Estuve contemplando el sol muchas horas hasta que comenzó a subir la marea, momento en que volví al fuerte a hablar con Don Blas que me dio el permiso para regresar en el próximo barco a España.

Antes de eso fui a la ciudad a visitar al padre de Antonio y a darle mis condolencias. El anciano hombre lloró en demasía, pero yo le consolé y le conté de la escaramuza realizada con Antonio que decidió la suerte de toda la guarnición, así como su valentía el último día de combate. Tras ello, me encontré con unos soldados que iban camino al prostíbulo y me invitaron a acompañarles, pero yo no estaba de humor y rechacé la oferta.


Dos días después, lo que quedaba de la armada inglesa acabó de retirarse y los primeros barcos españoles del capitán Torres llegaron con víveres y soldados. En esos días visité al Almirante que se encontraba en cama por un ataque de paludismo. Casi no pudo articular palabra de lo aquejado que estaba, pero encontró las fuerzas para levantarse y me condecoró por mi valor. Las heridas por los años de servicio, el estrés y ahora el paludismo, habían acabado con las fuerzas del mejor marino de España que acabó muriendo en septiembre de ese mismo año y aunque cabría celebrar un funeral con todos los honores militares, la verdad es que Blas de Lezo y Olovarrieta fue enterrado en una fosa común sin ningún tipo de honor.


De mí poco más se puede contar, volví a España donde no se me reconoció como a muchos otros la heroica hazaña que realizamos.

¿Así paga España a sus héroes? ¿Sí no sabían de sus hazañas en aquellos tiempos, se les recordará ahora? No lo sé, tal vez ese sea del destino de los héroes de España ser olvidados por sus compatriotas. Nos quedamos con la Armada Invencible y Trafalgar y olvidamos las victorias de Cartagena, San Quintín, Gravelinas, Pavia, Mühlberg o Bailen. Espero que con todo lo aquí recopilado, quede constancia del sacrificio de unos hombres victoriosos y olvidados por su país.

PABLO BERDIE

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Digesta-01

-“Capitán Brown, diríjase inmediatamente a la Nave Disgesta-01” “Repito, capitán Brown, diríjase...” Ahí estaba, la voz de Claire, la chi...