lunes, 12 de marzo de 2018

VERANO DEL 36


Como todos los veranos habíamos ido a pasar las vacaciones al País Vasco, a Zarautz. Abuelos y padres, tíos, primos, todos disfrutábamos juntos en una casa grande, “ Villa Miramar” , a la orilla de la playa, como todos los veranos y como todos los veranos felices y contentos.
 Hasta que llegó el abuelo con el periódico en la mano y nos hizo señas para que nos acercásemos. Y leyó en voz alta: 
- las tropas nacionales han entrado en Madrid y el enfrentamiento con los milicianos está siendo sangriento. 
Dejamos de bañarnos y nos fuimos a casa a oír la radio y a comer. Había un silencio tenso; todos esperábamos noticias de esperanza sobre la situación. 
Los días siguientes fueron de mucho movimiento: visitas de amigos que buscaban opiniones, comentarios ante la situación que se estaba creando en España... Había dos generales del ejército español, tres empresarios, varios estudiantes de distintos niveles, todos buscando la mejor manera de vivir aquella sorpresa no por esperada menos preocupante. 
Tras varios días de espera pudimos conocer el porqué del desplazamiento de las tropas nacionales y como se estaba desarrollando la nueva situación. Supimos rápidamente que las tropas vascas en Zarautz estaban buscando militares nacionales y a sus familias.
Los días siguientes, fueron de idas y venidas, de preocupación y miedo, de incertidumbre y tolerancia, de nombres y apellidos buscando a todos los generales que estaban en casa.
El peligro era inminente y el riesgo muy serio. La decisión fue rápida: había que huir y lo más seguro era ir por el monte para evitar encontrarse con los milicianos. Se organizó la marcha de los dos generales con dos de las esposas de los amigos que llevaban (cómo no) su bolsa de hacer punto y en ella las pistolas de los generales.
 Parte del camino fue totalmente tranquilo no encontraron a nadie y además en algunos caseríos, les invitaron a tomar una sidra.
Al caer la tarde, ya empezaba a anochecer, aparecieron unos milicianos. Los generales estaban escondidos pero las mujeres se pusieron a hablar con los soldados, explicándoles que habían salido a pasear, para tejer las chaquetitas de sus nietos. Los milicianos, buena gente del país las ayudaron a llegar al lugar más fácil.
Por allí emprendieron la vuelta a Zarautz, después de hablar con los escapados y quedar con ellos en que acudirían a Zarautz cuando les avisasen que no había peligro.
Al día siguiente, era ya casi medio día cuando llegaron los dos, sucios, agotados, y con el miedo en los ojos.  
Los días siguientes, como se puede suponer fueron de gran preocupación y siempre buscando una forma de volver a nuestra casa en Zaragoza y esperar a que alguien fuera capaz de devolver la cordura al país y a sus gentes. Vivir en paz y tratar de olvidar lo que habíamos vivido y lo que otros nos habían podido contar.

Esto, sólo es una muestra de lo que se vivió en aquellos tiempos y que algunos pudieron contar después de años y otros no vivieron para ser portavoces de una situación que nunca debimos vivir.


Esta historia hoy aquí relatada, ha sido contada por alguien que lo vivió y hoy me lo hace saber en primera persona.


                       ALEJANDRO MONSALVE

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