miércoles, 7 de marzo de 2018

COROCOTTA

Tal vez no lo sepáis, pero nuestro colegio organiza todos los años un certamen literario de relato corto. Este año la temática giraba en torno a la historia de España. Os vamos a ir colgando los mejores relatos de esta edición, que casualmente son los nuestros, jajajajajaja. No, no es una coincidencia. Somos los que mejor escribimos del colegio :)
El primero va a ser el que resultó ganador. ¡Esperamos que os gusten!


“CC sextertium nummum caput Corocotta” “Es más de lo que yo pagaría por mi cabeza” Lo arrojó
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al fuego y no quiso saber nada más. Si iban a acabar con él no sería de esa forma.
Abrió la puerta y descubrió frente a su casa una enorme multitud.
-¡Corocotta! -Aullaban. La noticia les había llegado a todos. Un hombre de cabello rojizo tomó la iniciativa y dijo:
-Los romanos han puesto precio a tu cabeza. - La gente de la aldea gritaba. Corocotta lo invitó a pasar. Hablarían mejor en privado. El hombre de tez pálida y lustrosa melena llameante, comenzó a hablarle sin apenas haberse sentado.

  • -  Corocotta, eres nuestro caudillo. Augusto ha clavado pergaminos por todos los rincones de
    nuestras tierras. Ofrece una recompensa de doscientos mil sestercios a la persona que te entregue
    en su campamento. ¿Es que no lo ves? Nos están desafiando.
  • -  ¡Sólo soy un ladrón cántabro!
  • -  Pues eres uno muy poderoso, además de un héroe para muchos. Has opuesto resistencia ante esas
    sabandijas romanas durante demasiado tiempo como para rendirte ahora.
  • -  ¿Y quién ha dicho que vaya a rendirme? El gran Corocotta nunca se rinde.
  • -  Demuéstranoslo. - El hombre salió de la casa en un movimiento fluido y desenfadado. Pero
    Corocotta apenas le prestó atención. Su pueblo le pedía algo que él no podía darle. Roma era un enemigo demasiado grande como para luchar contra él y Corocotta lo sabía. Todos le conocían como el más valiente, el ladrón más astuto, un pícaro que pudo proporcionar a su pueblo lo necesario para superar penurias. En aquel momento, Corocotta no se sentía como nada de eso. De pronto, un fugaz pensamiento pasó por su cabeza. Sin haberlo pensado ni una sola vez, agarró una saca en la que metió un poco de comida y la daga de su padre, y al anochecer consiguió salir de la aldea sin levantar sospecha. Al amanecer, Corocotta contemplaba el paisaje desde una colina cercana a la aldea, inició un camino, que le llevaría a unas tierras que aunque le pertenecían, no podía controlar.
  • -  Llevaba caminando ya dos días sin apenas haberse parado a descansar, notaba la boca seca y una fuerza ya casi inexistente le obligó a detenerse. Decidió beber un poco de agua en un riachuelo cercano. Sacó la daga de su padre y consiguió con poco esfuerzo pescar un pez para cenar. Esa noche Corocotta durmió bajo las estrellas, y rememoró aquellos tiempos duros de lucha contra el enemigo, en los que cualquier sufrimiento era poco cuando se trataba de Roma. A la mañana siguiente emprendió su viaje de nuevo. Siguió caminando durante días, evitando cualquier contacto con otros castros cántabros. Atravesaba bosques y montañas sin apenas esfuerzo y combatía el hambre y el frío con su único atuendo de piel y la daga de su padre.
  • -  Tras dos semanas de viaje, Corocotta llegó por fin a su destino, exhausto pero satisfecho. Un enorme monstruo hecho de madera y tierra, estructurado a la perfección en forma de campamento romano se levantaba ante él. Era descomunal. De unas dimensiones realmente vertiginosas. Corocotta vivía en un pequeño castro cántabro, nunca había visto nada igual. Por un momento, se estremeció, pero había hecho demasiado esfuerzo como para rendirse. Legionarios armados y vestidos con sus impecables y rudos uniformes patrullaban de un lado a otro sin descanso. Corocotta notaba cómo el corazón se le iba a salir del pecho, en un ademán de darse la vuelta, cayó al foso y la única forma posible de salir de allí era aparecer en el campamento. No había vuelta atrás, salió del agujero y cruzó la enorme puerta principal del campamento con la cabeza bien alta. Las manos le sudaban y casi no podía pensar. Estaba desarmado, sólo y en territorio enemigo. Aquel lugar era tan descomunalmente grande que Corocotta no sabía hacia dónde echar a andar. A su alrededor miles de tiendas de campaña en las que se alojaban los legionarios se distribuían sin oportunidad de error. Comenzó a avanzar por la vía principal sin mirar atrás. Unos soldados le observaron extrañados, y por puro instinto primario Corocotta echó a correr, fue entonces cuando se dio la voz de alarma. “¡Cantabrico tenus princeps!”. El caudillo se detuvo alarmado, una horda de legionarios se colocó a su alrededor y justo frente a él se abrió una lujosa tienda color escarlata. Un hombre alto y rubio vestido de general lo observaba con
omnipotencia. Corocotta no podía reaccionar, cuando de pronto entendió quién era aquel hombre
y qué debía hacer.
  • -  Yo soy Corocotta, el gran caudillo cántabro. Vengo a buscar la recompensa.- Dijo el pícaro en
    voz alta. El hombre de cabellos de oro con pinta de importante, frunció el ceño. Todo el campamento se encontraba en silencio mientras Augusto contemplaba al caudillo. Hizo un ademán de tomar la palabra, pero retrocedió. Chasqueó los dedos, y al instante un joven menudo y cabizbajo se presentó a su lado de rodillas, portando un saquito de cuero.
  • -  Tu osadía me enfada. Pero admiro tu valentía y Roma nunca castiga a los valientes. Ten tu recompensa sucio bribón cántabro, y desaloja el campamento antes de que cambie de opinión. - Corocotta tragó saliva esperando a ser ejecutado en cuanto echase a andar. Augusto tenía la mano levantada, nadie podía atacar. Dio unos cuantos pasos tanteando con inseguridad y recogió la bolsa de las manos del esclavo. Seguía sin oírse una voz. Algunos de los legionarios estaban anonadados, otros, prefirieron no hablar, pues no entendieron el comportamiento de Augusto. Corocotta ya con la bolsa en su poder, se dio la vuelta y volvió por donde había venido, con paso firme y casi sin respiración. Ya fuera del campamento echó a correr con todas sus fuerzas, no quería que un grupo de romanos le siguiera y matara a sangre fría después de todo lo que había pasado.
    El caudillo emprendió el viaje de vuelta a su aldea. Recorrió exactamente la misma distancia, casi siguiendo sus huellas, pero esta vez mucho más deprisa.
    Estaba amaneciendo cuando Corocotta se plantó en la misma piedra cercana a su aldea a contemplar el paisaje. Una vez fue de día se adentró en la aldea y allí descubrió a todo su pueblo aguardándole. Esta vez, el caudillo fue el que empezó a hablar:

  • -  ¡Roma nunca castiga a los valientes! - Dijo Corocotta elevando la saca de cuero llena de monedas de bronce.
  • -  ¡Princeps, princeps, princeps! - Gritaban todos.

Aquella noche se celebró una fiesta en honor a Corocotta. Encendieron una enorme hoguera en la que se quemaron todos y cada uno de los pergaminos que Augusto había colgado poniendo precio a la cabeza del caudillo. Corocotta recordó entonces, el pergamino que había arrojado al fuego justo antes de iniciar su viaje y cómo se había prometido que no acabarían con él de aquella forma. Se sentía valiente, fuerte, era un princeps, y había hecho historia.
Corocotta fue un personaje de la Antigüedad (siglo I a. C.), cuya existencia se conoce únicamente
por una sola cita, del historiador romano Dión Casio :
Irritóse tanto [Augusto] al principio contra un tal Corocotta, ladrón hispano muy poderoso, que hizo
pregonar una recompensa de doscientos mil sestercios a quien lo apresase; pero más tarde, como se
le presentase espontáneamente, no solo no le hizo ningún daño, sino que encima le regaló aquella
suma.
Dión Casio 56, 43, 3 

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