miércoles, 20 de diciembre de 2017

POLARIUM

Me llamo Polarium. Soy un pequeño oso polar. Vivo bajo mi cueva en el polo norte, muy acogedora. El lugar es bastante pacífico, tranquilo… sin mucho movimiento. Cerca de mi cueva, viven unas pocas familias de esquimales que la mayoría de mañanas salen a pescar para comer al mediodía. Yo soy un buen pescador, pero por el hecho de ser un oso, la gente no requiere mi ayuda.
Entre las pocas familias, habita un pequeño esquimal llamado Balu. Balu había nacido hacía cosa de tres meses. Era un bebé hermoso, adorable y muy afortunado, pues su madre, a pesar de las duras condiciones del polo norte, consiguió sobrevivir al parto. Es una mujer muy fuerte e independiente. Le gusta cuidar del pequeño Balu y salir ella misma a pescar, por mucho que su marido le dijese que debía reposar… Incluso deja que yo juegue con el pequeño. Al parecer, es a la única persona de todo el polo norte que no le intimido.

Pero una mañana de Diciembre, una tragedia ocurrió. En el frío y gélido paisaje se divisó una tormenta de nieve que, al parecer, era lo suficientemente grande y poderosa como para acabar con la vida de toda la pequeña aldea de esquimales. Todos ellos entraron en pánico.
Intentaron huír, mejorar sus iglús e incluso quedarse quietos por si no les pasaba nada… pero la suerte no estuvo de su parte. La tormenta llegó en tan solo quince minutos. Dejó la aldea devastada, sin un solo iglú en pie. Yo, desde mi cueva, estaba totalmente aterrorizado. Aunque, a lo lejos, podía escuchar los gritos del pequeño Balu. Me sentí muy feliz de aquello. Estaba vivo, aunque debía darme prisa. Salí corriendo en su busca para celebrarlo y sentirme más animado. Pero cuando llegué allí… esos ánimos desaparecieron por completo y se convirtieron en lágrimas. Los padres de Balu no tuvieron tanta suerte… murieron en la tormenta como toda la aldea.
Balu seguía gritando, no era consciente de lo que había ocurrido hace un momento. Lo encontré bajo un bloque de hielo de su iglú y decidí adoptarlo.
Cuando llegamos a mi cueva, intenté calentar y calmar al pequeño. Se me helaba el corazón de solo verle. Por suerte, Balu dejó de llorar y se durmió. Yo me quedé a su lado. Me tocaba ser un héroe. Me tocaba ser un padre.
Los años pasaron y Balu creció. Nuestra relación era muy fuerte, como si yo fuese su propio padre. Me sentí más feliz que nunca. Balu no me tenía miedo y no se separaba de mí para nada. Y como si fuésemos una pequeña familia, llevamos a cabo muchas aventuras juntos. Pescábamos juntos, creábamos lanzas y pequeñas armas, competíamos por ver quién hacía el iglú más grande… Lo echo de menos.
¿Por qué lo echo de menos? Porque una de nuestras aventuras, la más memorable que vivimos, fue la lucha contra un gran mamut. Nos aterraba, pero tuvimos que hacerlo.
Balu cogió la lanza y el escudo, y yo, yo usé mis amenazadores, pero tiernos, dientes para asustarle. No funcionó. El mamut era mucho más grande que yo. En cuestión de segundos, yo estaba en el frío hielo, con su pata aplastando mi cuerpo. Morí. Toda la rabia interna de Balu, al ver mi cadáver bajo el mamut, se desató contra éste, haciendo que le clavara la lanza, (muy afilada, por cierto) provocando la dolorosa y lenta muerte del animal.  Al acabar con el mamut, el pequeño Balu se convirtió en un oso polar, como anteriormente lo había sido yo.
Se quedó algo asombrado. Corrió a abrazarme, mas no pudo hacer nada. Me había ido… para siempre.

Años más tarde, Balu encontró a otro oso polar tendido en el suelo, con una herida que le recorría toda la pata delantera. Era una hembra. Decidió cuidar de ella en la cueva donde había vivido tantos años conmigo. 
Ambos se enamoraron y tuvieron varios hijos. Me sentí conmovido. Me hubiese gustado estar allí para darle la enhorabuena. Estoy convencido de que yo habría sido un buen abuelo, sobretodo, del pequeño oso polar al que llamaron Solarium.

ANDREA NOGUERAS

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