miércoles, 1 de noviembre de 2017

AL FINAL DEL VIAJE

Acaban de fallecer mis abuelos en un accidente ferroviario en la comunidad autónoma de Cuenca. 
Mis padres y yo les habíamos regalado los billetes para que pudieran recorrer Castilla-La Mancha en tren. Era uno de los pocos sueños que tenían y querían hacer juntos. Por desgracia no acabó bien.
Mi abuelo me contaba muchas historias de él cuando era joven. Me hablaba sobre Louis, su mejor amigo desde que eran unos niños. Siempre que visitaba su casa me decía que no era suya, si no de Louis. Se la regaló cuando éste falleció en 1968 a causa de un infarto.
Mi abuelo entonces comenzó a vivir allí con su novia, que más tarde se convirtió en su mujer, y tiempo más tarde en mi abuela. Juntos rociaron las cenizas de Louis por toda la casa como muestra de afecto hacia él. Decía que le hacía ilusión sentir que su compañero seguía con ellos.
Cuando yo era pequeña e iba a su casa, me inquietaba mucho pensar que el alma de Louis seguía por toda ella. Para mi gusto era bastante extraño, mas me alegraba ver el rostro emocionado de mi abuelo cada vez que pronunciaba su nombre. Le debía tener mucho cariño.


Tengo veintidós años. Hasta ahora vivía en un pequeño apartamento de alquiler, pero ver la casa de mis abuelos vacía me pareció una buena oportunidad para conectar con ellos como nunca lo había hecho. Sabía que lloraría cada dos por tres, pues soy muy melancólica. Aún así me mudé y los recordaría para siempre.
Cuando entré con mis maletas, todos los recuerdos vinieron a mi mente. Todas las risas, llantos, juegos, peleas, bromas que había tenido en esa casa me inundaban los ojos de lágrimas. Sabía que si pestañeaba una sola vez, no podría parar de llorar. Intenté aguantarme.
Pasé con mis padres el resto de la tarde mientras me ayudaban a instalarme. Mi padre me animaba. Mi madre no articulaba palabra, eran sus padres y estaba apunto de llorar. Estuvimos en silencio varios minutos. Al final decidí que debían irse. Todo estaría más claro mañana.
Acompañé a mis padres hasta la puerta y los despedí con un tierno abrazo. Vi como se alejaban y cerré la puerta. Me quedé sola. Estaba apunto de llorar cuando un ruido en la planta alta me llamó la atención. Pensé que se habría caído alguna de mis cosas. Fui a comprobarlo.
Mientras subía las escaleras en dirección a mi habitación, escuché un susurro que me heló.
“—Tú.”
Me dijo. Me aferré con todas mis fuerzas al pasamanos de la escalera, intentando no moverme. Me replanteé lo que acababa de escuchar. Intenté convencerme de que eran los vecinos. Seguí mi camino. No puse el pie en el suelo que escuché de nuevo otro susurro.
“—Por tu culpa.”
La voz sonaba con eco, como si de un fantasma se tratase. Empecé a marearme. Continué. Cuando al fin llegué a la puerta intenté escuchar con atención por si otra voz sonaba. La casa entera se mantenía en silencio. Me alivié y apoyé la mano en el pomo de la puerta. Hice un pequeño giro de ciento ochenta grados hacia la izquierda. Tiré hacia mí. La puerta no se abrió. Lo intenté de nuevo. Nada. Cogí carrerilla para intentar tirar la puerta. Me abalancé sobre ésta, pero justo antes de que pudiera tocarla, se abrió, haciendo que yo aterrizara sobre el suelo. Boca abajo.
“—Le quedaban buenos años para que tú se los hayas quitado.”
Me giré rápidamente cuando escuché de nuevo la voz. No vi a nadie. Todo esto me pareció muy extraño. Me incorporé cuidadosamente a la vez que intentaba protegerme con una llave de karate. De repente, la luz que entraba a través de las ventanas se esfumó y las viejas persianas de madera bajaron de golpe, fracturándose en la parte inferior.
“—No mereces estar en mi casa.”
Di un respingo. Ahora todo tenía sentido. El hecho de que una voz me susurrara, el hecho de que estuviera molesto por la muerte de mi abuelo, el hecho de que me culpara a mí por haberle regalado ese viaje... No podía ser otro que el mejor amigo de mi abuelo.
—¿Louis? —pregunté aterrada mientras intentaba encontrar el interruptor para encender las luces.— ¿Eres tú? —nadie contestó. Entre tanto, yo seguía inquieta. Muy inquieta.


Al fin logré encontrar el interruptor. Las luces iluminaron toda la estancia. Las voces no se oían.
—Déjate de bromas Louis. —amenacé con la voz quebrada—. Se que estás ahí.
Intentaba hacerme la valiente. Una extraña risa puso fin a mis pensamientos. Los plomos saltaron y las bombillas se hicieron añicos. Un trozo de cristal me hizo una pequeña herida en la frente. Intenté calmarme. No pude.
—¿Qué quieres de mí? —le pregunté histérica. Ahora había empezado a sentir miedo de verdad.
“—Oh, nada. Solo quiero que te reúnas con tu abuelo. ¿No es lo que querías? Estar más cerca de él.”
Su voz tenía un tono tétrico. Intuí que quería terminar con mi vida. Comencé a llorar. Tenía que hacer algo. Por favor, solo tenía veintidós años, no podía dejar que mi vida terminase así, a “manos” de un espectro. De un alma enferma. De Louis. Intenté contraatacar.
—Mi abuelo nunca te respetará si me matas. —grite con las pocas fuerzas que quedaban dentro de mí—. Soy su única nieta y se sentirá hecho polvo si acabas con ella. Es decir, conmigo. ¡Soy especial para él!
La habitación se quedó en silencio, como si Louis no supiese que más decir. En consecuencia retrocedí cuidadosamente intentando llegar a la puerta y huir de allí. Pero no pude. Louis la cerró de un portazo y encendió una pequeña vela, dando un foco de luz a la estancia.
“—¡Traidora! Tú lo mataste. Tú lo llevaste a ese viaje.”
A Louis le dieron igual mis palabras, se le notaba muy enfadado. Posteriormente noté como una fuerza sobrenatural me levantaba del suelo y me lanzaba fuertemente contra la pared. Me golpeé la cabeza. No recuerdo nada más. Creo que me desmayé. Cuando abrí los ojos vi a mi abuelo, que me esperaba con los brazos abiertos. Mi abuela estaba a su lado, emocionada. Los miré y corrí hacia ellos. Les abracé.
Mi abuelo me tocó la frente como de costumbre. En ese momento me fijé y me di cuenta de que la herida de mi frente había desaparecido. La cabeza tampoco me dolía. No estaba en la casa de Louis, sino en un ambiente cálido, hogareño... 
—Dónde estamos, abuelo. —le pregunté con la esperanza de que me contestara un lugar en concreto.
En el cielo, hija mía. Ahora somos una estrella más en el firmamento.

No entendí muy bien a lo que se refería, mas no me importó. Todo estaba bien. Yo seguía algo aterrada por lo sucedido hacía apenas media hora, pero me encontraba bien. Estaba feliz, cansada, tranquila... para siempre.

ANDREA NOGUERAS

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